Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1990. Vol. (44-45).
JOSÉ MALLART
La falta de rendimiento de las actividades domésticas
¿Quién desconoce la preocupación, casi la pesadilla, que se ha adueñado de muchas amas de casa porque, por mucho que se esfuercen, no consiguen tener su vivienda arreglada como la concebían ni logran el hogar plácido que ansiaron? Todos sabemos que las condiciones familiares más favorables (marido, hijos, salud, cariño, medios económicos) son insuficientes para que los hogares puedan llamarse felices, si los problemas que plantea la dirección y la ejecución de los trabajos de la casa no son resueltos satisfactoriamente. Y la resolución satisfactoria de los problemas del guisar, del lavar, del fregar y de mil cosas que comprende el arreglo de una casa no se presenta muy fácil, a juzgar por las quejas que oímos de las señoras.
¿Cómo va a ser fácil la solución de estos problemas, si se da muchas veces el caso de que, para que un solo señor se encuentre a mediodía o por la noche una mesa puesta y unas habitaciones arregladas ha tenido que estar otra persona durante varias horas guisando, fregando, trajinando? El rendimiento del esfuerzo de esta persona no puede ser elevado; y aquí está el nudo de la dificultad.
A veces, en menos tiempo, en ocho horas, en una fábrica de calzado bien organizada, se producen seis pares de zapatos de calidad, lo cual significa procurar calzado a seis personas tal vez pata todo un año. Pero esta producción se obtiene gracias a que cada operaria no hace más que una sola operación en la serie de operaciones que requiere cada par; gracias al empleo de maquinaria y gracias a que se produce en grandes masas.
¿Es posible adoptar en el hogar métodos de trabajo que ahorren tiempo y energía y eviten a las amas de casa tantos disgustos como les acarrea el buen propósito de tener para los suyos un hogar agradable, un hogar que no invite a buscar sustitutivos fuera? Indudablemente; pero es preciso organizar científicamente el trabajo doméstico, empezando por racionalizar la vida de familia y de hogar.
Racionalización de la vida doméstica
El drama verdaderamente terrible de esas señoras que, sintiendo que «el hogar se apaga», se afanan en procurar al marido y a los hijos buenos guisos, buenos platos de repostería, mullidos lugares de descanso, etc., está en que, si consiguen animar el hogar, es a fuerza de un gasto de energía y de dinero en el que, generalmente, no pueden persistir. ¡A menudo las vemos claudicar...! No es por falta de fuerza moral, sino por agotamiento físico y porque tienen conciencia de que los resultados obtenidos no corresponden al esfuerzo realizado.
Si se quiere que estos resultados respondan al esfuerzo, es preciso racionalizar la vida de hogar de acuerdo con las necesidades económicas, sociales y espirituales de nuestra época. De este modo, conseguiremos que el hogar cobre una nueva vitalidad, compensadora de la antigua que, inevitablemente, va perdiendo.
En primer lugar, hay que simplificar al vida. Por ejemplo, las comidas de varios platos no tienen razón de ser, porque aumentan el gasto de cocina y de servicio de mesa y no tienen justificación higiénica ni gastronómica, aparte hacer gastar tiempo a los comensales. (Hay que reconocer que en España, en esta cuestión de platos, hemos llegado a verdaderas exageraciones.) La simplificación podría quizá, dar, además, flexibilidad y facilidades para los actos de reunión familiar e interfamiliar. Así, la comida de mediodía, para la que hay que combinar generalmente necesidades de los negocios y de los trabajos de cada uno de los miembros de la familia con conveniencias de relación social, si fuera desprovista del ceremonial habitual en nuestro país, podría tal vez, pasar a ser algo improvisable en el mismo hogar, como lo es hoy un té, al cual invitamos a cualquier hora, seguros de que hemos de quedar bien con el amigo invitado.
Por otra parte, hay que disponer la vida para la organización de los servicios domésticos en serie. Así como en nuestras casas modernas de ciudad hemos tenido que aceptar la desaparición del hogar de leña, con el cual apenas conseguíamos calentar la habitación que lo tenía, sustituido por el gran hogar de una sola caldera que envía delicioso calor a todas las habitaciones de numerosas familias, de la misma manera tendremos que aceptar, probablemente, la desaparición del fogón y de la cocina familiares, sustituidos por el gran fogón de una gran cocina, que guisará para docenas o centenares de familias, a las que servirá los alimentos por medio de montacarga u otros dispositivos rápidos de distribución.
Quizá no quede en las casas más rastro de cocina que un mechero de gas o unos enchufes eléctricos para hacer un té, calentar leche o algo que se pueda necesitar en un caso extraordinario.
Siguiendo este orden de cosas, el lavado planchado de ropa sería también servicio para grandes grupos de viviendas, e incluso la limpieza de las habitaciones podría ser confiada a personal común a varias familias. No hablemos de la recepción radiotelefónica, que empieza ya a ofrecerse como servicio colectivo, que ha de permitir una gran perfección en las audiciones, evitando el chisgarabís que se da hoy en las grandes aglomeraciones de viviendas, donde de cada habitación salen sonidos y melodías diferentes.
Si, de este modo, el hogar pierde independencia en un aspecto, por otra parte adquiere una independencia mucho mayor, ya que se libera del carnicero, del carbonero, del verdulero, etc., que, muchas veces, ejercen verdaderas tiranías sobre las amas de casa. En cambio, todos estos abastecedores se hacen comerciantes al por mayor, con lo cual queda simplificado y ennoblecido su trabajo. El hogar, libre de la relación constante con la carnicería, la panadería, la tienda de comestibles, etc., y del trajín que se desarrolla alrededor de la cocina y anejos, sería el lugar plácido que sólo se abandona en las horas estrictamente necesarias y que se ansía con deleite para el descanso.
Si a este hogar moderno faltan algunos elementos que consideraban necesarios nuestros abuelos, en cambio está dotado de otros elementos que permiten disfrutar ampliamente del hogar, y, entre ellos, tenemos que poner en sitio preferente la radio, que puede considerarse hoy uno de los principales aglutinantes de las familias, que se congregan ahora al amor del receptor como antes lo hacían al amor de la lumbre.
La organización científica de las labores domésticas
Aún racionalizada la vida del hogar, queda por resolver el problema de obtener el máximo rendimiento en los pequeños trabajos y en la actividad toda que en la casa se desarrolle.
En primer lugar, hace falta una vivienda funcionalmente dispuesta, concebida según los principios de la moderna vida racionalizada, que permita la utilización de las dependencias en un orden circulatorio de máxima comodidad, significada principalmente en el ahorro de pasos, de tiempos y de movimientos inútiles. En esto tenemos que confiarnos a los arquitectos, a los aparejadores de obras y a los constructores, los cuales ya empiezan a darse cuenta de que cada edificación tiene sus fines propios que cumplir y que, con tal que cumpla sus fines debidamente, la fachada poco importa, y que lo peor que se puede hacer en arquitectura es adaptar la construcción a la fachada, porque entonces lo probable es que no se tenga construcción ni fachada.
En segundo lugar, es preciso que las actividades domésticas sean dispuestas con la preocupación de la economía del esfuerzo, con el propósito de evitar los dobles servicios, de ahorrar tiempo y energías a los trabajadores de la casa. Si bien la racionalización de la vida del hogar en el sentido que hemos señalado anteriormente ha de reducir de un modo considerable los trabajos de las casas, éstos subsistirán en el grado de las exigencias y disponibilidades de cada familia, y es conveniente no malgastar las energías humanas; ya que se tienen que pagar cada vez más caras, o se las quiere reservar cada vez más cumplidamente para el deleite espiritual o para el deporte.
De todos modos, mientras la vida del hogar no esté racionalizada para la agrupación y la seriación de sus principales servicios, que hasta ahora se vienen realizando de una manera totalitaria y autonómica en cada casa; mientras las casas no estén funcionalmente dispuestas, las amas y sus colaboradoras domésticas encontrarán gran alivio en sus problemas y en sus trabajos disponiendo las cosas según normas de organización científica.
Por ejemplo, hay que tener en cuenta que no es indiferente adoptar una u otra postura en el trabajo, y que, a pesar de la variedad de posiciones del cuerpo que en el término del día han de adaptarse en el trabajo doméstico, la postura tiene mucha importancia para la administración de la energía psicofísica, y una serie de posiciones inadecuadas puede producir el mismo despilfarro que causaría el obrero que trabajase todo el día en una posición sola inútilmente fatigosa. Está todavía muy extendida la creencia de que cuanto más energía se gaste, más se trabaja y más se produce. Por ejemplo, el sentarse para ciertos trabajos suele considerarse denigrante prueba de holgazanería, cuando, en realidad, es, muchas veces, un medio de aumentar el rendimiento. En las cocinas, el uso del asiento o del medio asiento o apoyo evitaría a las cocineras muchas enfermedades derivadas del exceso de estar en pie y aceleraría muchas labores.
De la misma manera, se encontrarán medios para simplificar las operaciones domésticas reduciendo o disminuyendo los movimientos y acortando los tiempos, buscando ritmos de trabajo adaptados a cada individuo, adoptando los utensilios que mejor permitan economizar esfuerzo.
No se trata de cosas difíciles, si no se quiere ir más allá del grosso modo. Hace falta un poco de espíritu científico y buena voluntad para mejorar las cosas, eso sí; pero se tiene siempre a disposición el gran indicador que es la comodidad, el encontrarse a gusto, para guiar en las adaptaciones que se hagan en el sentido de mejorar las labores.
Con esto, el ama de casa verá fácilmente compensado su esfuerzo de organizadora y comprobará que la organización científica es lo único que puede resolver los problemas domésticos que más la agobian. Tal vez ello la estimule a ir más lejos y haga que no la asusten los caminos del nuevo hogar racionalizado, organizado a base de servicios colectivizados.
JOSÉ MALLART
Conferencia leída ante el micrófono de Unión Radio, Madrid, el 27 de febrero de 1935, correspondiente al Curso organizado por la Asociación Española para las Ciencias del Hogar.