Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1991. Vol. (48).
Ramón Bayés
Universidad Autónoma de Barcelona
"Con una sola vida no apenderé bastante. Con la luz de otras vidas vivirán otras vidas en mi canto."
Un sábado del mes de agosto de 1990 -concretamente el día 18, aunque siempre he creído que las fechas carecen, humanamente, de importancia- moría a sus 86 años -una edad considerable desde los ojos de un niño, pero ridícula para una estrella- en el Mount Auburn Hospital de Cambridge, Massachusetts -un lugar como otro cualquiera para morir- B. F. Skinner, uno de los psicólogos -al menos, en mi opinión- más grandes de todos los tiempos.
Acaecida su muerte en plena «era cognitivista» es muy posible que no sean muchos los colegas que, en la actualidad, compartan mi punto de vista, aunque quizá callen por respeto (?) a los muertos -respeto que, estoy convencido de ello, a él le hubiera importado muy poco: De hecho -y no quiero ser petulante- a mí tampoco me importa demasiado.
Mi primer contacto con Skinner tuvo lugar una soleada mañana del verano de 1966 en la que, de forma completamente fortuita, cayó en mis manos un ejemplar de su novela Walden two. El libro, a pesar de que no era ninguna joya literaria, me gustó. Encontré altamente original y estimulante'su forma de presentar algunos problemas humanos, Quizá influyera en mi apreciación el hecho de que cuando me casé, junto con otras parejas análogas, habíamos planeado vivir en comunidad -proyecto que nunca se convirtió en realidad: Ignorante de que me hallaba ante un best-seller plantee a Editorial Fontanella- una pequeña y quijotesco editorial que nunca dio un duro a sus accionistas y que desapareció sin dejar rastro en el actualmente ensalzado mar de la oferta y la demanda- su posible edición en español y tras vencer unas pocas reticencias -el gerente era un buen amigo mío, todo hay que decirlo- aceptaron hacerse cargo de la misma y me pidieron preparara un prólogo, el cual, a petición mía, desapareció de las últimas ediciones para dejar paso a otro del propio Skinner.
Más tarde, en 1967, se me ocurrió escribirle y, con cierta sorpresa por mi parte, me contestó con una rapidez y amabilidad inusitadas -y conste que no es por esto por lo que lo considero un psicólogo excepcional-. En su carta, Skinner me indicaba que el libro en que aparecían expuestos sus puntos de vista con mayor claridad era Science and human behaviour. Y a conseguir su edición española dediqué a partir de aquel momento mis esfuerzos aun cuando, desgraciadamente, los resultados obtenidos por el traductor dejaron bastante que desear.
A la etapa libresca siguió el período experimental iniciático. Todavía recuerdo la época, en los comienzos de los años setenta, en que esperaba, pacientemente, en mi domicilio, a que llegara el silencio de las once de la noche -noches apacibles de una Barcelona veraniega todavía sin el rumor homicida de las televisiones vecinas- para iniciar el trabajo con Orlando y Griselda -dos maravillosas tórtolas que un día me regalara Stanley M. Sapon al terminar su año sabático en Barcelona, en 1970- en la caja de Skinner que mis previos conocimientos como ingeniero técnico eléctrico me habían permitido construir. Bueno, en este caso sí podría afirmar que gran parte de la valoración profesional que me merece Skinner la debo, probablemente, al comportamiento de Orlando y de Griselda -y de modo especial al de esta última (cherchez toujours la femme)- a la que, siguiendo procedimientos skinnerianos, conseguí «enseñar a leer». A mi aprecio por la obra de Skinner contribuyó también, en cierta medida, el comportamíento predecible de dos hermosas ratitas blancas de cola larga, a las que, con gran desesperación de un amigo mío de orientación dinámica, bauticé con los nombres de Freud y Jung.
No conocí personalmente a Skinner hasta 1983. Me pareció una persona afable, de ideas claras y un gran sentido del humor. Empezó su conferencia con unas palabras parecidas a las siguientes: «Cuando tuve en mis manos Más allá de la libertad y la dignidad y volví a leerlo me di cuenta de que me había pasado». En este sentido, recuerdo también que, en su autobiografía, describe a su abuela como a «una iletrada hija de granjeros a la que gustaba darse importancias y a su abuelo como «a un joven inglés que llegó a América en 1870 en busca de trabajo» y que «todavía no habla encontrado el trabajo que quería cuando murió a la edad de noventa años».
Se ha ido Skinner, se ha marchado el maestro. Al menos, aquel a quien durante muchos años de mi vida, he considerado uno de mis maestros. Ciertamente, su mensaje -como todos los mensajes humanos- es incompleto e insatisfactorio; su visión de las contingencias comportamentales, esquemática y lineal. Sin embargo, con todas sus limitaciones y omisiones, existen en la herencia que nos ha legado algunos tesoros valiosos que, llevados por las modas, haríamos mal en despreciar.
Cada uno, de acuerdo con la, a menudo extraña, trayectoria de su vida, descubre perlas y diamantes -o aquello que le parecen perlas y diamantes, o violetas y amapolas, según sus gustos- en lugares insospechados por los que quizá antes haya pasado ya md veces sin percatarse de ellos. Lo mismo ocurre con los datos experimentales, con las investigaciones de campo, con las personas, con los paisajes, con las palabras. Dice Nazim Hikmet, otro de mis maestros:
" El viento pasa y se va:
Nunca el mismo viento agita
dos veces la misma rama de cerezo. "
Hace ya algunos años -lo confieso sin rubor- que no leo los trabajos de Skinner ni -que nadie se escandalice por ello- la Biblia de los skinnerianos, el JEAB, revista de la cual fui el único suscriptor español durante muchos años. Quizá debería hacerlo. De hecho, aunque pueda parecer paradójico, desconozco la mayoría de las últimas publicaciones de aquel a quien considero maestro. No obstante, sé que debo a Skinner algunas de las principales coordenadas que siguen guiando -acertada o equivocadamente- mi trabajo profesional. Y es por ello que, a pesar de mis carencias e ignorancias actuales, he aceptado escribir el presente artículo.
¿Cuáles son los tesoros que, personalmente, debo a Skinner y que quizá podrían incrementarse o disminuirse con la nueva lectura de su obra que algún día emprenderé? Destacaría cuatro:
1. En primer lugar, su trabajo «Historia de un caso dentro del método científicos que, junto con La introducción al estudio de la medicina experimental de Claude Bernard, me ha sido mucho más útil para atraerme hacia la investigación que todos los libros de metodología que hasta el momento he leído.
2. Su interés por los grandes problemas que tiene planteados el hombre de hoy -deterioro ecológico, contaminación ambiental, enfermedades de la civilización, etcétera- y su énfasis en la importancia del comportamiento humano en su génesis, mantenimiento y probable solución. No importa que su respuesta a estos problemas quizá sea ingenua e inadecuada; en mí opinión, las preguntas que formula si son completamente pertinentes. Es posible que su mensaje -al menos tal como yo lo he comprendido- pueda expresarse en los siguientes términos: a) disponer de una tecnología eficaz para resolver un problema no equivale a que dicha tecnología se use adecuadamente; será preciso averiguar, en cada caso, de qué factores este comportamiento de uso es función; y b) la información es una condición necesaria, pero no suficiente para cambiar comportamientos. Así, por ejemplo, el hecho de que una persona inteligente que, además, es agente de salud -un médico o una enfermera, por ejemplo-, conozcan perfectamente la estrecha relación existente entre hábito de fumar y cáncer de pulmón, así como los tremendos efectos que caracterizan a esta enfermedad, no garantiza que estas personas inteligentes dejen, por ello, de fumar, Todavía más extraño, al menos en Catalunya, el colectivo de médicos posee una tasa de fumadores superior a la que presenta la población general.
3. Su concepción de la Psicología como ciencia «dura», con las mismas ventajas, pero también con las mismas exigencias que confiere la aplicación rigurosa del método científico. Y la justificación de esta postura, no por estricta menos provisional, a través del denominado principio de economía o navaja de Occam.
4. La importancia concedida a los factores temporales en la probabilidad de emisión de Comportamientos concretos y, muy en especial a las consecuencias que siguen al comportamiento de forma inmediata. A mi juicio, este factor es extremadamente relevante para explicarnos, por qué personas que se encuentran bien informadas sobre las probables -consecuencias indeseables de sus actos -como en el caso del hábito de fumar y el cáncer de pulmón, que antes hemos mencionado, o en el de la práctica de comportamientos sexuales peligrosos en el del SIDA- sigan practicando a pesar de ello, comportamientos de riesgo. Confío que un ejemplo sea justificar la relevancia que conferimos a este dato: Supongamos que, en un país hipotético sin métodos anticonceptivos, fuéramos capaces de mantener constantes el número de orgasmos con sus actuales características de duración e intensidad, así como el número de niños nacidos de estas uniones, pero que, al mismo tiempo, pudiéramos cambiar su secuencia temporal, es decir, después de cada coito nacería un niño con la misma probabilidad que en una situación normal y al cabo de nueve meses los miembros de la pareja experimentarían un orgasmo similar a los actuales. ¿Qué creen que ocurriría?
Skinner se ha ido. Se ha marchado el maestro. Aprovechando esta despedida quisiera formular el deseo de que las nuevas generaciones de psicólogos sigan leyendo sus trabajos originales- y no lo que los manuales y enciclopedias opinan sobre sus trabajos originales- con ojos de niño, es decir, con la mirada limpia e ilusionada que caracterizaban a un Ramón y Cajal o a una María Curie. Y, sin duda, encontrarán preguntas, caminos y datos que les interesarán. No hallarán fórmulas mágicas. No existen. Ningún hombre es Dios. Pero que no les aleje de Skinner la afirmación académica de que «el conductismo ha muerto» o el hecho de que, en sus escritos, el maestro no mencione que sus sujetos experimentales «procesan información».
Yo no sé que hubiera sido de mi vida sin Skinner. Sin Skinner y sin diez minutos de conversación con un extraordinario profesor de orientación dinámica desconocido en aquel momento para mi -Josep Goma- posiblemente, para bien o para mal, no hubiera sido psicólogo. Pero ahora se tratga de Skinner. Con este extraño artículo salido del corazón, sólo trato de decirle al maestro algo muy sencillo y muy bello. Gracias.
Como diría Rod McKuen:
Habríamos paseado entonces por otros jardines sin conocer nunca este parque.
Hubiese cerrado un día mis ojos ya anciano sin haberte visto andar.
RAMÓN BAYÉS. Universidad Autónoma de Barcelona